viernes, 9 de septiembre de 2011

Benditos ‘Oficineros’


‘Oficineros’. No puedes vivir sin ellos. No puedes dejar de ser uno de ellos. Algún lector acucioso podrá preguntarse por qué «Oficineros» y no «Oficinistas». Oficinista, dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es (y cito) una “Persona que está empleada en una oficina.” Y una oficina, a su vez, es el “lugar donde se hace, se ordena o trabaja algo.” O “Departamento donde trabajan los empleados públicos o particulares.” El término oficinista reviste de algún tipo de dignidad humana a las personas que dedican la mayor parte de su vida a laborar en empresas, sean públicas o privadas. Finalmente no le hacen daño a nadie y están dedicando todos sus esfuerzos a tener y mantener algún tipo de vida decente. 


El ‘oficinero’, en cambio, es más un término peyorativo y responde a aquel sujeto convertido en masa que destina la mayor parte de su vida a trabajar para lograr y mantener el estatus de otro, una persona quizá más formada o no que él (algunos dueños de empresas son exclusivamente ignorantes suertudos). Porque, aceptémoslo, el verdadero dolor del ‘oficinero’ no es ni siquiera que tenga que utilizar ridículas corbatas satinadas que acompañan a un lustroso vestido de paño, ni desafortunados zapatos de tacón puntilla con diseño de calzado para elfo de Papá Noel, sino tener la plena certeza de que haga lo que haga estará sometido a una relación de explotación. Donde, como dicen los marxistas analíticos (y me perdonarán la inexactitud), existen dos conjuntos de personas s1 y s2 vinculadas a partir de una relación de subordinación (s2 subordinado a s1), en la que s2 se considera explotado si puede estar mejor fuera de la relación de subordinación, que si estuviera en ella. 


Claro, la dichosa explotación lleva al ‘oficinero’ a perpetuar perversas costumbres y actitudes ante la vida. En un primer momento está la homogeneidad impuesta –insisto- por el sastre y el vestido de paño. ¿Qué los japoneses no habían demostrado que los trabajadores son más productivos si van a la empresa en pijama? El sastre y el vestido de paño están lejos de realmente ser lo que buscan representar: elegancia, estilo y estética (las tres E’s del ‘oficinero’). Corone, además, ese vestido de paño con la corbata  -insisto- ‘arturocallesca’. Lo realmente grotesco de la corbata no es su evidente semiología fálica, sino la tradición subyacente de ir a  bailar después de la jornada laboral. Así, las corbatas empiezan a bambolearse en las discotecas al son del desconcertante ritmo del “Eso en cuatro no se ve”. Además, la corbata es una increíble magneto de las sopas y el ají casero. Ahí sí es claro que nada de elegancia tienen. Y obvio,  la sopita y el ajicito casero forman parte de los elementos que componen al popular ‘corrientazo’, vianda diseñada y elaborada para nutrir los cuerpos y mentes de los empleados de oficina. 


La uniformidad que conlleva la vestimenta ‘oficinera’ se hermana con otro de los flagelos que afecta a los trabajadores promedio: el cubículo. El cubículo, insignificante como la definición que de él elabora la RAE, es un “pequeño recinto o alcoba”. En él se ubica un computador, artilugio dispuesto con la finalidad de elaborar informes, llevar cuentas, chatear en Facebook, liberar el pensamiento sometido a través de Twitter, y, sobre todo, atentar contra el túnel carpiano. Que se lo dañe uno escribiendo cosas divertidas, pero ¿presupuestos? 

Un trabajo repetitivo, aburrido y nauseabundo lleva al ‘oficinero’ a ver su vida como la síntesis de la frustración. No es de sorprender, entonces, que faltando un cuarto para las cinco esté preparando sus pertenencias para salir raudo de su sitio de trabajo hacia su cálido hogar. Si el ‘oficinero’ en cuestión no cuenta con un automóvil –porque no tiene o porque la restricción del “Pico y Placa” se lo impide- hará uso del transporte urbano, en donde se valdrá de las más deleznables tácticas para conseguir una silla donde sembrarse. La frustración, el sometimiento y la explotación dan como resultado a su ser corto de modales y de maneras para relacionarse con los demás, en su mayoría ‘oficineros’ como él, que sólo buscan irse en paz hacia su casa. Las peores, de lejos, son las ‘oficineras’ –ya señoronas-, que con sus carteritas puntudas hostigan sin piedad a los universitarios trasnochados que se abstienen de cederles el puesto en el bus/colectivo/TransMilenio/otro similar. Malos modales, malos modelos. 


Pero bueno, no todo es culpa del ‘oficinero’. A la final este individuo es producto de un sistema que subvalora sus habilidades, talentos y potencialidades, y que sólo lo limita a entrenarlo en labores pseudo-especializadas, más de corte tecnocrático, sin mayores posibilidades creativas. El ‘oficinero’ es un personaje que claramente odia lo que hace y, más aún, a su jefe y que sueña, de cuando en cuando, en cambiar de trabajo, hacer lo que realmente puede proveerlo de una vida que valga la pena vivir o, en el peor de los casos, en recibir un aumento. 

P.D.: El fotograma es tomado de la película Wanted (2008)

No hay comentarios:

Publicar un comentario